Al igual que en muchos otros países con una actividad agrícola importante, el consumo de plaguicidas ha ido aumentando en las últimas décadas, con el afán de mejorar la tecnología agrícola e
incrementar la producción.
Durante muchos años, el combate químico de plagas ha ayudado al hombre a proteger sus cosechas. Sin embargo, paradójicamente, cada año se deben ser aplicadas dosis mayores de los plaguicidas para
mantener el rendimiento de los cultivos.
Hoy en día, se puede calificar de masivo el uso de plaguicidas por parte de los agricultores, quienes han llegado a depender caso totalmente de estos compuestos. Este uso intensivo de plaguicidas
está produciendo efectos negativos a nivel económico, agrícola, ambiental y en la salud (Hilje et al, 1987). A pesar de esto, en Costa Rica en 1987 se importaron 8,7 millones de kilogramos de
plaguicidas, correspondientes a un valor de 42,4 millones de dólares (Castillo et al., 1989).
En marzo de 1989, en el Departamento de Abonos y Plaguicidas del MAG, (DAP) estaban registrados ciento noventa y nueve ingredientes activos, correspondientes a ochocientos cincuenta y seis
presentaciones comerciales distintas. Muchos de estos productos afectan la salud y el ambiente a corto y largo plazo; sin embargo, en el DAP solamente seis plaguicidas: el heptacloro, MAFA,
arseniato de plomo, clordano, clordano más pentaclorofenol y endrín son de venta restringida, por lo que sólo pueden adquirirse con la receta
de un ingeniero agrónomo y doce son prohibidos para su importación, comercialización y uso: los plaguicidas mercuriales, 2, 4, 5 - T, DDT, aldrín, dieldrín, toxafeno, clordecone, DBCP,
etilendribromuro, dinoseb, nitrofén y captafol (Castillo et al., 1989).
Las consecuencias económicas negativas, las cuales pueden ser divididas en costos directos e indirectos, están estrechamente relacionadas con el efecto de los plaguicidas en la salud, el ambiente
y la agricultura.
Anualmente, la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) atiende un promedio de cuatrocientas setenta y un hospitalizaciones debidas a intoxicaciones con plaguicidas; sin embargo, el número
real de intoxicaciones es muchísimo mayor (Wesseling et al., 1989). Cientos de trabajadores bananeros de la zona Atlántica han resultado estériles por exposición al DBCP (Ramírez y Ramírez,
1980). Además, diariamente muchos plaguicidas son consumidos en los alimentos, en forma de residuos, por toda la población, y algunos de ellos, se acumulan en el organismo humano. En
estudios realizados en Costa Rica por Barquero y Constenla (1986), Umaña y Constenla (1984), y Barquero y Thiel (1985) se han detectado residuos de plaguicidas organoclorados en grasa y leche
materna, los cuales son cancerígenos, en cantidades que están entre las más altas del mundo.